Miré hacia el Espejo y me Dormí en el Ropero

16.04.2008 21:19

Recuerdo que una vez leí esta frase en las  páginas de un libro: “buscamos una sociedad mas polivalente donde solo haya cuerpos y placeres”…terminada mi lectura me quedé pensando en la ironía de aquellas palabras y en la significación. Aún no le encontraba respuesta a aquellas cortas líneas y de tanto pensar decidí en una tarde gris, fría y hostíl salir a caminar por las aceras de una calle impregnada de  alcohol y humo de olorosos cigarrillos; por un pasaje transitado de almas vacías y con cuerpos disfrazados de cualquier identidad; por un pasillo de un mundo desesperado y seducido por el destrozo del pensamiento; por un corredor vagabundo y solitario donde el poder atrapa los corazones desnudos.

Peregriné por un mundo que se pierde en el mundo, donde la imagen es un crepúsculo de ídolos y donde los habitantes escriben sus astucias con sangre. Caminé tanto tiempo que no me acuerdo de las horas, pasé por muchos lugares y desfilé por esas calles  que  esperan verte pasar. Hay unas que no cesan de preguntar, hay otras que sólo tienen respuestas, que no quieres escuchar. Calles, a las que es tan fácil no amar, pero hay otras que saben callar, y que toman para sí tu soledad.

Calles, para qué calles si allí me dí cuenta que el lugar que habitamos no tiene ninguna puerta; que hoy el tiempo es como un reloj viejo y con el péndulo roto; que la melancolía se transporta a una estación sin sol y que ya las miradas no  perciben los túneles del sueño. Miré mi cuerpo y mi rostro en un vitral grande de un almacén de zapatos que había a mi paso y observé que yo tampoco era diferente porque hice de mí lo que no supe y lo que pude haber hecho de mí, no lo hice.  El disfraz que vestía estaba equivocado. Me identificaron como lo que no era y no lo desmentí, y me perdí cuando quise sacarme la careta que tenía  pegada a la cara y cuando la arranqué y me miré de nuevo al espejo, ya había cambiado mi identidad. Aquel día estaba desconcertada y no sabía vestir el disfraz que todavía llevaba; por eso, dejé afuera la máscara y me dormí en el ropero.

Al día siguiente, un viernes, aparecí  en un cuarto desolado, infecundo  y cuadrado. Cuando desperté, ví mi dormitorio sin nadie, ví en un baúl escondido cartas obscenas, increíbles y precisas, que muchas personas un día me escribieron, ví una pintura inspirada en la parte trasera de la puerta de mi cuarto y con sentido profundo, ví mi cara y mis vísceras, imaginé los demás rostros disfrazados, sentí vértigo y lloré. Aquella habitación era un espacio  tranquilo, lo más que se oía eran los pasos apagados, un murmullo incomprensible y muy de vez en cuando el crujido angustioso de resortes oxidados. Pero ni un susurro, ni un suspiro; simplemente nada.  

Me acerqué a la ventana y ví la calle con una nitidez absoluta, ví los negocios, ví las aceras, vi los carros que pasan, vi entes vivos vestidos que se cruzaban, ví a los perros que también existen, ví cuerpos inéditos y los brazos en un contoneo ondulante que parecían relojes de péndulo, ví cuerpos de todas les texturas, ví siluetas ocultadas entre las ropas, ví cuerpos deseosos de sexo y alcohol, ví caderas moverse y miradas hablantes, labios resecos y narices sin olfato, ví mucho y a la final no ví nada  y todo eso me pesaba como una condena a la degradación. Miré el misterio de una calle constantemente cruzada por personas  que tienen como destino llevar la carroza del todo por la calle de nada.
Permanecí todo el día asomada a mi ventana mientras mi rostro sucumbía contra el viento y mis ojos estaban observando los árboles marchitos, que eran apenas visibles en la luz de la calle y escuchando el quejido inconsolable de algún pájaro enfermo que no podía ser de este mundo. Eran, creo, las 7:00 de la noche, digo creo por que nunca me detuve en el tiempo. A mi me  impresionaba el silencio.  La noche se había vuelto oscura y fresca bajo la luna llena y el silencio parecía una sustancia invisible que podía respirarse como el aire. Era fin de semana y aunque el silencio resaltaba por la monotonía de actividades, en aquellas calles había gente, pero era gente igual a la otra…

Un imperio de lucro y moda; sombras inconstantes para las cuales ya ni siquiera somos sujetos sino formas de exhibición;  solitarios consumidores en un mundo desesperado y seducido; una sociedad inocente y tele novelizada; cuerpos con multitud de estilos y sin identidad; almas llenas de tentaciones y espíritus pornográficos; jóvenes androginos que copian los gestos de mármoles clásicos;  cuerpos ofrecidos como promesas de una vida plena donde dicha plenitud no tiene pausas, donde el amor no vacila, donde la vitalidad no fatiga, y la belleza no parpadea; arquetipos imperfectos; humanoides creados en un laboratorio de genética; mercancías flotantes; seres con una supremacía marcada por el orgullo; voces dominantes y mentes manipuladas por la imagen y calles donde el heroísmo se hundió  entre la oscuridad y la edad de la ilusión.

Eran  quizás las 10:30 o 11:00 de la noche cuando me aparté de la ventana: me senté en una silla y me pregunté: ¿En qué voy a pensar? ¿Qué puedo saber sobre lo que seré si no sé lo que soy?...no soy nada, nunca seré nada, pero no puedo querer ser nada y al mismo tiempo llevar en mí todos los sueños del mundo. Hoy estoy vencida como si supiera la verdad; hoy estoy lúcida como si  estuviera por morir; hoy me siento perpleja como la que pensó, descubrió y después olvidó; me siento como una cosa real por fuera y la sensación de que todo es sueño como una cosa real por dentro. En un instante me puse de pie, caminé hacia la cama, tomé un lápiz y un par de hojas de papel que tenía en mi mesa de noche y comencé a escribir:
“El mundo es para los que nacen para conquistarlo y no para los que sueñan que pueden conquistarlo. Hoy las calles están atiborradas de cien mil cerebros que se están imaginando genios, de esclavos cardiacos de las estrellas y que creen que conquistan el mundo antes de levantarse de la cama; pero nos  despertamos y todo es opaco, nos levantamos y todo es ajeno. No quiero que me traigan estéticas, no me hablen de moral, saquénme de aquí la metafísica, no me alineen conquistas de las ciencias, por que hoy me dí cuenta que el ser humano esta buscando su realidad. Hoy  mi corazón es un balde vacío. Mañana todos morirán y yo moriré; todos dejarán su inexistente identidad y yo dejaré mis escritos.

En determinado momento morirá la inexistente identidad  y morirán los escritos; después morirá la calle donde estuvo la inexistente identidad y la lengua en que fueron redactados los escritos; morirá después el planeta girante donde todo eso ocurrió y en otros satélites de otros sistemas, cualquier cosa como gente seguirá haciendo cosas como escritos y viviendo debajo de cosas como la identidad inexistente.


Tenemos quienes vivimos, una vida que es vivida y otra que es pensada y la  única en que existimos es la que está dividida  entre la cierta y la errada; pero siempre una cosa frente a la otra, siempre una cosa tan inútil como la otra, siempre lo imposible tan estúpido como lo real, siempre el misterio del fondo pero ¿Cuál fondo si las cosas no tienen fondo?


No quedará en la noche una estrella, no quedará la noche. Moriremos y con nosotros la suma del intolerable universo. Borraremos las pirámides, los trazos, los continentes y las caras. Borraremos la acumulación del pasado, haremos polvo la historia y polvo el polvo. Vagabundos solitarios seremos polvo en la mano del tiempo. En polvo se convertirá este hombre que se olvida de sí, éste que es puro disfraz, que  ignora el silencio, que  se sacrifica en él y que canta su canto solitario.

Catalina Zapata

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